Miguel Clariá

Hablamos de la Causa Alperovich, de un caso de violación, que es lo que actualmente se está investigando. Pero más allá de eso, estamos hablando de una inequidad absoluta entre un hombre poderoso -gobernador, millonario, senador, dueño de Tucumán- y su empleada, su sobrina. Este es el marco tremendo y terrible.

En medio de todo esto está el poderoso José Alperovich. Según la declaración textual de Juan Manzur, Alperovich dejó la gobernación para asumir como senador pero quería seguir siendo relevante en la política. Así que lo designaron asesor ad honorem. ¿Y qué significa eso? ¿Gratis? No exactamente gratis.

Le dieron privilegios propios del grado de ministro: asignación de custodia personal, utilización del avión provincial y partidas presupuestarias específicas provenientes del gobierno provincial. Si alguien quiere buscar un decálogo perfecto sobre cómo una persona puede percibirse a sí misma como privilegiada y superior al resto -sobre todo a aquellos que votaron por él-, aquí lo tiene.

Manzur no incriminó a su ex socio en la causa gravísima por violación en la que está denunciado y muy complicado, pero si lo incriminó y se autoincriminó en un delito público: el abuso de privilegios con fondos del estado.

Nuestros gobernantes muestran descaradamente sus privilegios sin sentir ni pizca vergüenza alguna. Se sienten tan dueños del dinero público que administran que no les importa exhibir cómo lo gastan en privilegios para ellos mismos. Asesor ad honorem, pero con avión, con custodia y con presupuesto. ¿Qué ad honorem? Ni siquiera tienen vergüenza, ni siquiera se dan cuenta que deberían tenerla.

En realidad, parece que no saben lo que es la vergüenza, no saben lo que es el remordimiento ni la culpa. Si alguien hiciera un decálogo de lo que hoy mucha gente en el país -incluyendo al presidente- define e interpreta como "casta", encontraría en ese párrafo de la declaración de Manzur ante la justicia una síntesis devastadora de cómo estos personajes nos han estado saqueando durante tantos años.